martes, 20 de diciembre de 2016

MADAGASCAR. Antropología y los cuadernos animados de viajes



Madagascar es un estupendo cortometraje de animación realizado por el francés Bastién Dubois, que fue nominado al Oscar en 2011 por este trabajo. El cuaderno de viaje del realizador cobra vida y atrapa al espectador mientras rememora vívidamente sus experiencias en la “isla roja”, como se conoce a Madagascar por el color predominante de sus tierras. En la película encontramos maravillosos paisajes, una naturaleza única y, sobre todo, un universo humano sorprendente. Se trata de  un producto cinematográfico a medio camino entre la creación artística y el documental. Cautiva por la belleza y originalidad de sus imágenes y por su frescura narrativa  pero, sobre todo, me ha entusiasmado su forma de presentar una costumbre funeraria singular, “el retorno de los muertos” y, con ella, las posibilidades que este nuevo género, la animación documental, ofrece para la antropología. Para empezar a degustarlo, aquí podéis ver un tráiler del film (1.51min.).

1. El misterio de las culturas malgaches
Madagascar es una isla de ensueño, cuyo solo nombre evoca aventuras coloniales y deja en el aire un aroma a especias. 416 kilómetros  la separan del África Oriental. Hace 165 millones de años formaba parte del supercontinente Gondwana. Entonces, esta gran isla, la cuarta mayor del mundo, se desgajó a su vez de lo que ahora son África y la India. Ese origen peculiar explica su condición de laboratorio para la evolución de especies raras. Pero su ubicación en el Océano Índico, como un inmenso portaaviones 
entre África y Asia, la han convertido igualmente en un crisol  de etnias y culturas. Pueblos como los Merina, protagonistas principales del corto, son de origen malayo-polinesio. Llegaron a Madagascar en el s. I de nuestra era, procedentes de Indonesia. Históricamente han sido la etnia más poderosa y hoy ocupan las Tierras Altas centrales. Son el grupo poblacional mayor (3 millones) junto con los Betsileo (2 millones). Estas dos tribus presentan rasgos asiáticos. El malgache, basado en el dialecto de los Merina, es lengua cooficial en el país junto con el francés, pues la isla fue colonia de nuestros vecinos del norte entre 1.896 y 1.960.

 Las etnias africanas habitan la larga franja costera. El mestizaje ha sido muy intenso: los cotiêr son el fruto de africanos, malayo-indonesios, árabes y otros varios grupos humanos que han unido sus destinos a lo largo de las centurias.
La capital del país es Antananarivo, cuyo nombre significa “la ciudad de los mil soldados”, que eran los que custodiaban a la reina de los Merina. El protagonista del corto se dirige desde “Tana” a Antsirabe, la tercera ciudad de la isla, cuando le invitan a asistir a una ceremonia muy especial, el famadihana.
2. Famadihana, el “retorno de los muertos”
Cada cinco o siete años tiene lugar esta fiesta que, en contra de lo que nos podría sugerir su nombre, no tiene nada de macabro ni presenta una conexión reconocible con otras que nos resultan más familiares, como Halloween o el Día de los Muertos mexicano.
En el sistema de creencias de los Merina existe una sola deidad suprema, a la que denominan Zanahary (divinidad de lo Alto) o Andriamanitra, Rey del Cielo, asimilado al Dios cristiano. Esa divinidad, sin embargo, es distante: no se ocupa de los problemas cotidianos de los seres humanos. Sí lo hacen, en cambio, los espíritus de los ancestros (Razana), capaces de actuar como intermediarios con las potencias del mundo invisible.
Cuando muere una persona, se la entierra provisionalmente en el lugar de su fallecimiento. Los Merina piensan que, hasta que no se descompone por completo la carne, los muertos vagan errantes y tienen poder para causar daño a sus familiares. Por el contrario, una vez que sus restos han quedado reducidos a los huesos, se transforman en sus benefactores y es el momento de honrarlos adecuadamente  para asegurarse su protección. No debemos pasar por alto la contraposición estructural entre ese  par de conceptos: lo húmedo (la carne putrefacta) y lo seco (los huesos), tan habitual en la organización de la vida social de los pueblos nativos, al igual que  otras series de parejas opuestas, como supo ver con tanta agudeza Lévi-Strauss.
Entre junio y septiembre, el período de sequía, tiene lugar la festividad de “la vuelta de los huesos”,  que logra reunir a los miembros del extenso clan familiar, con frecuencia dispersos por la isla, para honrar a sus antepasados.
El detonante para la celebración suele ser un signo que consideran sobrenatural, como soñar que el difunto se queja de que tiene frío en su tumba. Ha llegado el momento de organizar el famadihana. Mediante un fomba, ritual de ofrenda de ron, se pide opinión a los ancestros, tras lo cual los astrólogos fijan el momento exacto en que deberá comenzar y concluir el festival. Al mismo está convocada toda la parentela, los habitantes de la aldea y otros muchos invitados, como le sucede al protagonista del corto. A lo largo de dos o tres intensas jornadas, incluso una semana si la familia es muy rica, una auténtica multitud se reunirá para comer y hacer libaciones en honor a los difuntos de la familia organizadora, cantando y bailando incansablemente al son de animadas músicas, que son interpretadas por orquestas contratadas al efecto.

Podéis acceder a la película en este enlace:

3. Rituales de vida y muerte
Como se relata en la película, antes de comenzar la ceremonia dan siete vueltas alrededor de la casa y, después, el grupo de familiares y amigos se dirige a la tumba. Son los miembros de la familia quienes realizan la apertura de la cripta. Enrollan los restos de sus ascendientes en esteras nuevas. Las viejas envolturas, a las que atribuyen un poder fecundante, son repartidas entre las mujeres. Los miembros del  cortejo, presidido por un familiar que porta una bandera, levantan las esteras que portan sobre angarillas y las pasean por las calles en una danza muy rápida.

Cuando por fin cesa,  colocan los restos en el suelo. Entonces, con gestos de cariño, los familiares envuelven los huesos en sudarios nuevos de seda blanca. Entre los pliegues de la mortaja colocan una botella de ron, una fotografía, algún billete… como regalos para los muertos. Los ancianos pronuncian discursos en su recuerdo, mientras otros formulan alguna oración o petición secreta, que esperan que les sea concedida por la intercesión del espíritu del fallecido. Tras ello, cada grupo coge un cuerpo, los lanzan al aire e inician una carrera desenfrenada, en la que los bailarines dan varias vueltas.

 Para el banquete se sacrifican animales. Los participantes comparten comida y bebida, reforzando con ello la unidad social, y los mayores aprovechan para explicar a los más jóvenes  la importancia de sus antepasados, que siguen habitando entre ellos. Descansarán en sus tumbas hasta el siguiente famadihana.


Los estudiosos de esta costumbre han puesto de relieve hasta qué punto es distinta la vivencia occidental de la muerte respecto de la que poseen  estos pueblos. Para nosotros constituye un drama porque extingue para siempre nuestra individualidad, nuestro yo, que consideramos primordial. Por el contrario, ellos se integran en una cultura eminentemente grupal. Sus miembros subsisten gracias a los fuertes lazos sociales con la comunidad, que la muerte no extingue. Suelen decir que un hombre muere dos veces: la primera, cuando deja de respirar; la segunda, cuando ya nadie piensa en él. Los ascendientes siguen viviendo realmente en la memoria colectiva. Dado que no tienen una visión trágica de la muerte, todo lo que la rodea lo afrontan con gran naturalidad. Compran sus mortajas cuando contraen matrimonio y las guardan con ilusión. Aunque trasladan de lugar sus aldeas, los mausoleos son permanentes y retornan siempre a ellos.
Como indica José Luis Cortés López en Pueblos y culturas de África, la tumba marca el sentido de su existencia y pertenencia  a una determinada familia. Sin embargo, ese mundo de tradiciones, que no tiene parangón en ninguna otra cultura del continente africano, está en franca desaparición. Organizar un famadihana es muy costoso. Por otro lado, hay también un cierto desencanto social. Los ancianos todavía conservan sus creencias animistas,  si bien sincretizadas con el cristianismo, y piensan que es bueno estar agradecidos a los ancestros para que les concedan salud y riqueza. Por su parte, aunque los jóvenes no crean en los espíritus, sí son muy conscientes de que este ritual funerario garantiza la subsistencia de su familia a través de las generaciones, evitando su desintegración.

4. ¿Qué puede aportar la animación documental a la antropología?
Como habréis podido apreciar en el vídeo, Bastién Dubois combina diferentes técnicas, desde las más tradicionales a las más vanguardistas (acuarela, tinta, stop-motion, animación 3D…), para ofrecer una visión poliédrica de su experiencia en Madagascar. Vemos, oímos y sentimos siguiendo los pasos del autor. Captamos la luz, el alboroto del mercado, los embotellamientos del tráfico, la variada orografía, los omnipresentes lémures y baobabs, el espejo de los arrozales, los diversos tipos humanos, los estilos de vida del campo y la ciudad no tan contrastados como entre nosotros, y todo ello en muy pocos minutos.
Las posibilidades expresivas de la animación la hacen un vehículo idóneo para penetrar en las mentalidades de los “otros”. La cinta muestra vivamente el choque cultural que sufre el espectador occidental al verse inmerso en ese mundo lejano de costumbres extrañas. Me interesa  especialmente la capacidad de este tipo de documental para reflejar los estados de conciencia, que no son observables de manera directa. En el corto vemos cómo el visitante cae en un estado éxtasis inducido por la percusión hipnótica, los giros de los danzantes, la bebida y la euforia contagiosa de los celebrantes. Ello constituye una ventaja enorme sobre el documental tradicional, que no puede introducirse en el interior de la mente para mostrar la subjetividad, las sensaciones, el universo simbólico de una cultura. La fotografía no siempre es capaz de capturar la poesía o la magia que experimentan los participantes en un ritual. Además, la animación documental puede ser una excelente alternativa o complemento para la fotografía o la filmación. Así, cuando se trate de actos o ceremonias cuyo registro no se autoriza, o se ha perdido o malogrado el material, o bien cuando se trata de costumbres de tiempos pasados ya desaparecidas cuya descripción está suficientemente documentada. En esas condiciones, la recreación animada permitiría el “milagro” de traerlas nuevamente a la vida, visualizando sus fases o acciones para una comprensión más completa. La idea rectora siempre será penetrar con más precisión en la cosmovisión de otros colectivos y, para ello, la imagen puede ser un aliado muy valioso.

Con gran acierto se ha afirmado muy recientemente, en la Cátedra Marta Traba de Colombia, que: “Esto no es solamente un asunto de cineastas, sino de científicos, ambientalistas, sociólogos, antropólogos, historiadores”. La realidad puede contarse creativamente a través de la animación documental. Este género novedoso se perfila como una  de las mejores opciones audiovisuales para una investigación multidisciplinar. Desde aquí aplaudimos la iniciativa y esperamos que ofrezca interesantes resultados.

Esta entrada se publicó originalmente en el blog de Antropología cultural Tinieblas en el corazón, antes de que la realizadora María Lorenzo diese a conocer  su maravilloso corto La noche del océano, que desarrolla la idea del álbum de imágenes del protagonista como reflejo subjetivo de la realidad.

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